Por Marcos García Caballero
Catarsis y flama roja:
¿El poeta es ángel negro de dios o bestia cosmopolita?
Veo subir como sombras a las fauces enormes
que se tragan mis vidas pasadas,
veo mi espíritu sometido a la tormenta, al desierto,
a los riscos duros de todo cuanto nos condena al silencio.
Puedo ver a la poesía y decirle:
He vuelto, soy el mismo,
pero traigo significativos y más largos silencios.
Traigo un rinoceronte tatuado en la pared de la memoria,
esa memoria tuya que fantasea,
que dice te odia y es teodicea,
es el bar y es la calle y es muy mía joder,
acuéstate para ver cómo derrumbo a un solo aullido a las palabras
de los miles de podridos mundos que conspiran contra mí,
siéntate en esta parte del jardín para que te arrulle con poemas
y con el conocimiento que enredan
y han dicho por siglos los charlatanes,
pero yo lo volveré música para tu oído,
yo haré ver esa diferencia, esa diferencia es esto:
la cruel diferencia que hace que no soy un bastardo
hijo de pleitos y rencillas callejeras: mi linaje proviene de lejos,
es tangible al verbo y al oído, al tacto, al ojo y al gusto,
es el arbol? Es la ardilla? Será acaso la pantera? Será la pesadilla?
No, no no no no, joder,
es la máscara que siempre trae noticias,
es el sagrado sultán que alguna vez tocó el swing,
es el llanto que deja lo que no existe,
es el sempiterno llamado,
esa otra voz que recibe y ordena al condenado a consignar,
en unas cuantas palabras, la aventura de toda la especie,
cuando es la levedad de su hora.
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