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sábado, 16 de enero de 2010

Corazón de tambor

Corazón de tambor
Por: Caleb Olvera Romero


Tú eres toda la fiesta que necesito.

Cesaron los tambores y la fiesta terminó para los otros, sin embargo, ahí en medio de un aquelarre de borrachos construimos nuestra fiesta. Que otra cosa se podíamos hacer si en nuestro pecho comenzaba el tambor a sonar, y nos convocaba a deshacer los olores de la habitación donde nueve almas, no más, fingían estar dormidas en espera del final de una batalla. Ninguno de los dos trato de hacer literatura, simplemente me acosté y te llame a mi lado, tu acudiste suave como quien regresa de misa y cree que ya no tiene pecados, en el fondo, esa lentitud siempre es pontifica, te movías lenta, apoyando tu peso de un lado a otro, con un vaivén como los buques en alta mar, o quizá solo era mareo de alcohol. La eternidad nos petrifico y comenzó la espera de la arquitectura, sabíamos que en ese momento sólo los edificios se animaría ha andar desnudos en las calles, así que esperamos a que se cumpliera ese deslizarse suave, esperamos a que pusieras tu cabeza sobre mi pecho y te acurrucaras, esperamos a que ladearas la cabeza solo para dejar tu boca al alcance. Esa boca de azafrán y esquizofrenia, ese tonto reír de quien no comprende de filosofía, de quien solo posee su magia y su lencería. Tú no necesitas más saber que el recuerdo de un viaje y armada con nada más que eso, puedes desafiar hermosamente al mundo. No necesitas más conocimiento que una simple manera de ponerte de pie y montarte en mí, para hace de ese gesto una oración un ashram, nos extrajimos del tiempo, pudimos haber permanecido así, por días enteros, sin necesidad de movernos, sin pensar, dejando que la voz saliera de la profundidad de la oscuridad, una voz tersa, un poco endemoniada, quizá solo fue el vino, quizá solo fue el viento, quizá solo un ínstate de ingravidez dentro de un torrente, dentro de una corriente envenenada. Comenzó la danza, el tambor dio su primer redoble, un ligero ritmo nos impedía dormir y busque tu boca que respondía a la danza, danzamos, así, sin prisa ni pena, un sagrado oficiar de misa, un rito, yo comencé a buscar a dios en tu cadera, desenrede los misterios del mundo cuando libere tu pecho, y comí durante días enteros el prana de tu aliento, tu mantenías ese oficio de penumbra, un método terapéutico, una excitación que avanza así, despacio, que construye con caricias un templo, un monumento a la angustia. Por ti esta hecha la música, y en la música es donde más suavemente resplandece la ansiedad, la verdad del instante, de una eternidad de tras de la cual se esconden un ser idéntico a sí mismo, formado por retazos inentendibles de muchas tradiciones, mezclado con leche y miel dentro de una copa que resuena cual guerrero. El ritmo añora una realidad que nunca hubo, que no habrá jamás, que sin embargo inventas. Por que el tambor crea con la humillación al ser, arranca de la nada las lagrimas, arranca de la nada a la misma nada y la trasforma en ritmo, en danza, en frenéticos movimientos, en voluptuoso beso. La luz misma se sintió avergonzada y se hizo aun lado cuando comprendió que estábamos yogando, las lámparas, los colchones, los olores, el reloj mismo sintió ganas de ahorcarse. Nunca hable de Turguéniev ni Caravaggio, a quien le importaba ya la religión o la música. Tú tampoco quisiste abrir la boca más que para recibir mis embates. Sabíamos de nuestro mutuo desconocimiento, yo de ti quería conocer tu triste historia, tu navegar por un mundo así, sin rumbo, y tu querías un salvoconducto para hablar con el dios loco que golpea dentro de mi cerebro. Ya no sufrimos de recuerdos, nos desvestíamos de julios y amarrillos, dejábamos atrás nuestra historia para arrancar casi de cero, un horizonte desprotegido, par estar desnudos ante las estrellas. Pero incluso así, yo estaba más protegido que un caracol o una tortuga, tu eras mi armadura, me desvestía de historias y me cubría contigo, te desnudada ante los ojos de los insectos, te presumía ante el polvo. No sabría como llevarte a nuevos juegos, y tú me besabas como besan los locos en cautiverio. Esa fue una noche santa, una noche en que por detrás de ti, mordí tu espalda, en que me aferre a tu boca aún con sabor a borrachera y me deje llevar por tu silueta hasta un ritual que desconocía, hasta una región donde los dioses ya no sueñan. Pero tu guerrero como todos lo guerreros me reclamaste el dolor que nunca te induci, y olvidaste la comunión por un instante, y esperaste de mi, mi muerte, y cuando llego nunca la besaste, viviste en mi casa sin conocer al habitante, por ello el moho palideció y apareció el reclamo que esperaba mi aniquilación. Pero soy culpable, señores del jurado, soy culpable de que me llamen Job y por eso te lleve al cadalso, como quien conduce a un ahorcado al patíbulo, pensaste que te desnude y en cambio protegía tu desnudes con una horca, te devolvería al mar, y en al mar haría una fiesta. Te doble y te bese como se besa a alguien a quien quieres arrancarle los ojos, sacarle el alma. Como quien besa por primera vez a una colegiala. Doble tu cintura y me ofreciste tus envenenadas metáforas, tus axiomas escindidos, y así, en cuclillas, me serví de ti como si fueras un altar, he hice de tu vació un cáliz para beber el vino que se trasformaría en sangre. Puse tu cabeza hacia el sur, encendí las velas y recé como quien reza para un exorcismo. Pero fue un oficiar fúnebre, una mezcla entre carnaval y apocalipsis, una mezclar entre tu alegría y mis ganas de estrangular las estrellas. Ninguna puta enferma ha llegado al lugar donde los dos llegamos, ninguna se ha podido trasformar en constelación, en suave suspiro, en caricia helada y desafiante. Pero entonces, tu pecho me dejo ver la verdad de la vida, una eficacia de guerrero embravecido, un montar a un toro salvaje, así, sin miedo, sabíamos de antemano de la caída. Pues sólo el que conoce de toros a los toros se atreve, solo un hermoso guerrero puede hacer resonar su caracol de siniestra arquitectura, y sacarme el corazón y levantarlo, yo, arqueando mi espalda levantaba tu cuerpo, pero tu tenias mi corazón entre tus puños, comenzó el mar a desbordar sus aguas, a reventar en los diques de tos ojos que nunca se derraman. Los esternones y convulsiones de nuestros cuerpos, por momento nos dieron miedo, algo superior a nosotros pasaba por nosotros y no éramos capaces de contenerlo, explotaba en contorsiones grotescas, en quejidos casi dolorosos, y bese tus triángulos de ceniza y bebiste mi agua rancia y el sol salio en el horizonte, pero ya estábamos los suficientemente lejos.


El uno del otro, como las estrellas y el día


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Kry KK2a

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