Casi cualquier ciudad importante del centro
del país (Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas, Guadalajara, Querétaro o
Morelia) están relativamente a la misma
distancia de Ciudad Victoria que del Distrito Federal (consulte usted su Guía Roji o su Altas o la aplicación Google Maps para entender la evidencia de la
palabra “relativamente”). Además, el hecho irrecusable es que donde los pintores
y todos los demás artistas tienen qué probarse a sí mismos de una u otra forma,
es presentando sus trabajos primero en la ciudad de México y luego, si su
suerte no los defrauda, vendrán los festivales o las exposiciones en E. U. y
Europa y esta suerte de peregrinación o talento peregrino (dicho sea sin
detrimento de nadie), se debe inequívocamente al centralismo de este país, que
hace que el trabajo artístico también tenga su Meca, o su mini Meca, más bien,
en el sentido de las oportunidades de desarrollo personal y profesional, pero
la realidad es que la Ciudad de México
es una megalópolis en términos de explosión demográfica, cuestión ésta que no
atañe sino a nuestro atraso histórico en aspectos democráticos, económicos y
educativos. Por tal motivo, los habitantes de dichas ciudades tienen mayor
oportunidad de ver la creación tamaulipeca en la exposición “Plástica
tamaulipeca contemporánea” que durará hasta el 10 de septiembre de 2003 en el
Centro Médico siglo XXI de la ciudad de México, que, por ejemplo, visitando
Ciudad Victoria o Tampico. Tampico tiene fama de ser ciudad fea y hay cierta
verdad en eso, “huele a petróleo” como dice Taibo II en su noveleta De paso; el Distrito Federal tiene la
fama de ser la peor de las ciudades mexicanas y también hay verdad en esa afirmación, “el pinche monstruo
no se deja narrar” (para seguir parafraseando a Taibo), pero como también hay
verdad en decir que es la ciudad que más expresiones artísticas abreva, éste texto puede leerse como una invitación
no para mostrar la histeria o demencia
de esta ciudad, sino para mostrar que la realidad artística del país, debe ser
el leitmotiv de visitar, recorrer y aprovechar lo que la ciudad de México puede
ofrecer si se le analiza con simpatía. Tarea difícil si las hay, pero como el
arte también implica dificultad, también hay que analizarlo con simpatía para
demostrar que la simpatía viene siendo la mejor de las ciudades posibles y por
supuesto, el mejor derrotero de la creación. Así puede leerse el poema de
Sergio Mondragón titulado “Color y forma de lo que dura” dedicado al pintor
José Reyes Meza, con el que se inicia la exposición de artistas tamaulipecos en
el Centro Médico siglo XXI:
“En
los altares de muertos de tus pinturas,
en
tus pinceles embadurnados
canta
todo lo que somos, todo
lo
que quisiéramos ser;
grita
todo lo que estas tierras tienen vivo
bajo
sus mataduras, todo lo que ha encontrado refugio
en
tus colores, en la paleta de diablo que pulsas
como
un Stradivarius.”
En este fragmento, comparar al pintor con
un creador diabólico con Stradivarius es
lo novedoso del poema, si partimos de que lo auténticamente novedoso, lo más
inesperado, es lo mismo que se ha manifestado desde sus orígenes. Mondragón,
(el legendario creador de la revista El
Corno Emplumado en los años 60’s) compara la pintura bucólica de José Reyes
Meza con el carácter campirano de los antiguos juglares y trovadores que
recorrían los pueblos despertando la fascinación del público, cosa que siempre
ha sido, una de las manifestaciones del
diablo para entrometerse en los asuntos humanos. Roguemos entonces, porque los cuadros de Reyes Meza no salgan del recinto e inicien
actividades satánicas. Parar el tráfico en avenida Cuauhtémoc, por ejemplo, o
algo todavía más atroz.
Del
resto de los expositores, cabe destacar la obra de Aníbal Hernández, en
especial el cuadro “El azar pasea por el bosque”; título que por sí solo ya es
una hermosa declaración estética, pero
los que enseñorean la exposición, a mi
parecer, son los artistas Pedro Banda y Gloria Tijerina, ambos con propuestas
novedosas en el sentido de lo original, del origen, de lo novedoso y
sorprendente que resulta constatar que el mundo sigue con su parcela de orden y
desorden. Sobre la obra de Pedro Banda escribe Berta Taracena:
“…el color ha cobrado poder en el lenguaje
de Banda. La fuerza de los acordes cromáticos, la gran maestría con que
armonizan… han ido haciendo de Banda un pintor auténtico… genuino representante
del expresionismo.”
Si en su ensayo (muy lúcido, que duda cabe)
Los hijos del limo, Octavio Paz
declaró que las vanguardias artísticas habían muerto, dicha afirmación propicia
la polémica en vez de clausurarla, ya que a pesar de tan anunciada muerte,
podemos afirmar que la obra narrativa de, por
ejemplo, Carlos Fuentes, representa la vanguardia sin proponérselo, ya
que las vanguardias significan ante todo radicalidad de significados, no el
hecho de tener etiqueta de nombradía,
así que es probable que ya se estén generando movimientos de vanguardia
muy importantes actualmente: en Fuentes, desde La región más transparente,
Las buenas conciencias, Gringo viejo (ésta última, Diana o la cazadora solitaria y La silla del águila son sus mejores
obras, para mi gusto) contienen esa radicalidad significativa en el sentido de
lo original, de la palabra que origina; obras que hablan de una poética inmensa
que versa sobre los temas centrales de la literatura: el amor pasional, la
soledad, la ambición de poder (donde entra la novela histórica) y la muerte.
Este
sentido de la originalidad acompaña la obra de Pedro Banda y Gloria Tijerina;
en el primero, por ejemplo el hermoso cuadro “El alfarero de Tula Tamaulipas”,
de forma expresionista, de manera que el expresionismo tuvo como razón de
existir a principios del XX — y es lo que Pedro Banda reivindica—, el hecho de
brotar de una irracionalidad psicológica y metafísica que podemos denominar
simplemente como energía y exaltación
(un vir, en griego, de donde proviene
la palabra virtud: la fuerza y la excelencia), y la virtud es para verla más
tiempo del que amerita, precisamente porque nunca está de más: colores
zumbones, objetos representados más por el color que por el espacio físico del
cuadro, esta pintura retoma la “alegría sensible” de la que hablaban los
primeros pintores expresionistas. Pedro Banda nos transmite ese “espacio
sensible” en sus cuadros, en los que los temas hablan de la sorpresa de la
cotidianidad y las costumbres, y si bien
representan actividades sencillas, de cualquier manera sería un error
calificar su obra como “provinciana” y no sólo por el númen despectivo de la palabra, sino porque su veta
expresionista captura el interés, (es decir lo que hay entre dos) en este caso,
pintor y modelo o tema, de manera que no hay sublimación como dice la psicología de cajón, sino una dignidad desafiante,
precisamente porque nos introduce en el espacio afectivo del cuadro. Si el
futurismo pregonaba que “habrá más en el futuro”, el expresionismo sostiene
“hay más en el presente”; en el aquí y el ahora “hay esto y hay que asumirlo”,
de ahí la estética desafiante de la pintura expresionista.
En el caso de Gloria Tijerina, de su serie “De noches creativas”, destacan las
figuras Tótem No. 005 (cerámica, madera y cuerdas de algodón, 1997) y Tótem No.
003 (del mismo año). La utilización de los tótems proviene de las antiguas culturas de
América en la región del norte de México y sur de Estados Unidos
(aunque no sólo de América: Freud en su espléndido ensayo Tótem y tabú sostiene su origen australiano, pero me parece que es
debido a que los titanes del pensamiento austriaco de la época —1913— gracias a
su bendito etnocentrismo, no volteaban mucho los ojos hacia lo que ocurría en
sitios fuera de su interés, o fuera de sus dominios, mejor dicho). Dicho culto,
cuya palabra completa para designarlo es ototeman, proviene de la combinación de dos cultos: el animismo —es
el poder del alma de los muertos— y el culto a los animales. El culto totémico
de América, al igual que a su modo lo hicieron las viejas culturas africanas, pretendía
superar el conflicto de los hijos e
hijas al iniciarse en la participación de la comunidad, para resolver el
conflicto de identificarse totalmente con lo que representa el reino del padre
(el trabajo y la toma de decisiones sobre los problemas de la comunidad,
principalmente) o la identificación con el reino de la madre (la crianza y la
educación de los hijos y las actividades domésticas), dicho conflicto es
universal y trasciende la historia de las culturas particulares, ya que tarde o
temprano, los hijos deben enfrentarlo. De el deseo de salir airoso de este
conflicto, el análisis freudiano determina que el hijo o hija, desea (Freud siempre insistirá en esta
palabra), comerse al animal muerto o al familiar muerto para tomar fuerza en su
lucha por crecer. De éste enfrentamiento podríamos deducir una condición
trágica de la existencia de carácter inmanente, concerniente a las pasiones de
la razón y las de la irracionalidad (¿Se acuerdan del ensayo Diálogo entre filosofía y poesía?). Luego
se retorna a lo cotidiano, pero armado de una fuerza conciente que ha
descubierto el sustrato y lo que detenta la cotidianidad; fuerza basada en la
memoria del peligro de la ambigüedad contra la cual se luchó y sin duda, ahí es
donde se forja y donde reincide el carácter personal, cuando el carácter, como
decía Nietzsche, es una experiencia que vuelve. Pero para éste tema, mejor
volvamos hasta los griegos, que como ya casi todo lo que hemos dicho después,
ya lo sabían: metron ariston (todo en
su justo sitio y medida: me refiero, obviamente, a la cotidianidad), ellos lo
recorrieron: nada más imaginemos a los padres de la conciencia humana, como por
ejemplo Esquilo, Platón o Aristóteles, llegando a esa suprema conclusión. Pero
lo que interesa no son las conclusiones rápidas que vedan el desarrollo del
propio pensar, sino el trayecto mismo: lejos de un auténtico parricidio,
Esquilo, Platón y Aristóteles todavía siguen tocando las campanas de los
revolucionarios estilo marxismo con mariguana. Precisamente por significar esta
dualidad, el tótem es receptáculo de magia, representante de lo sagrado y
trascendente, de la travesía iniciática, de ahí que el comentador de las
figuras indique que: “la interpretación
de la obra de Tijerina corre por cuenta del visitante”. El encanto ha
comenzado, la obra marca la pauta de nuestras interpretaciones y nuestros
esbozos de respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario