En el número 227 de la revista Quién (29 de Octubre de 2010) aparece
una sugestiva lista de los “50 personajes que mueven a México”. Lo mejor de
ésta lista o, por lo menos para los registros que se pretenden en éste ensayo
es que: El número dos en cuanto a importancia de los personajes que aparecen es
Carlos Fuentes. En el cuatro está José Emilio Pacheco. En el diez el
historiador, escritor y director de Letras
Libres, Enrique Krauze; en el número veintidós está Guillermo Arriaga. El lugar veintinueve lo
ocupa Elena Poniatowska. Hay que aclarar
que no es una revista que tenga acento en la literatura y que es más parecida a
una revista para ser hojeada en un consultorio médico o que, dicha sea la
verdad, todos éstos escritores son cubiertos por los fenómenos mediáticos y
que, tal vez la verdad es que México sea el que los mueve a ellos y no al
revés, pero es innegable el valor de sus trayectorias no sólo dentro sino fuera
de México.
Ahora que si la pregunta fuera
por quiénes son los cincuenta escritores que mueven a México, es seguro que
podríamos barajar muchos nombres con certeza y creo, muchos de ellos con
unanimidad.
Yo apuesto que en una lista así
tendría que estar el nombre de Saúl Ibargoyen, escritor uruguayo-mexicano con
un poco más de 35 años de trabajo activo en nuestro país.
Este año que acaba de concluir
(el 2010), Ibargoyen lo terminó con una gira de estudio y presentaciones de sus
trabajos en Buenos Aires, Quito y otras ciudades del Cono Sur, además de que
bajo ediciones EÓN publicó su última novela:
El Torturador.
Antes de hacer un abordaje de
análisis de la obra, no podemos olvidar mencionar que Ibargoyen sacó su poesía
édita, que comprende desde 1956 hasta el año 2000, en un libro con el título de
El Poeta y Yo, que es un amplio
volumen cuya selección y presentación estuvo a cargo de Hugo Giovanetti Viola,
estudioso de la obra de Ibargoyen. Saúl además durante mucho tiempo fue maestro
en La Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM, además de que bajo el mismo
sello de EÓN editorial se publicaron sus libros: Toda la tierra (novela) y Cuento
a Cuento (relatos completos) y su poemario El escriba de pie, (edición de editorial Tintanueva) el cual mereció el Premio Nacional “Carlos Pellicer” en
su edición del año 2002. Agréguense ensayos, entrevistas, artículos, poemas
sueltos en la mayoría de las revistas literarias y periódicos importantes del
país.
El volumen de El Poeta y yo por su extensión y por sus
resoluciones poéticas, que abarcan cuarenta y cuatro años de madurez, perseverancia y fe en la
poesía, merecería un ensayo completo aparte. Por el momento nos basta decir que
El Poeta y Yo con el paso del tiempo
se verá cada vez más como referencia obligada, tanto para estudiantes de Letras
como para escritores en activo y poetas primerizos, es una obra enorme en todos
los sentidos. Juan Gelman y Eduardo Milán (otro gran poeta de origen uruguayo
entre nosotros) han celebrado sin ambages la poesía de Saúl Ibargoyen, quien,
por supuesto, también perteneció al grupo de escritores de Latinoamérica y el
Sur de Estados Unidos que en los años sesenta del XX formaron parte de El Corno Emplumado (hay que recordar que Julio Cortázar, ya con
toda la fama y autoridad moral que tenía en ese momento, felicitaba y veía con
muy buenos ojos las creaciones de lo que iniciaron Margaret Randall y Sergio
Mondragón, que, finalmente, con la represión del tlatelolcazo el 2 de octubre
de 1968 y que continuó posteriormente, terminó por hacer desaparecer a la
revista).
Principalmente poeta, Saúl
Ibargoyen maneja la prosa de largo aliento y el relato sin el famoso “desastre”
que ocurre —según decía Augusto Monterroso—, cuando el poeta decide narrar.
Saúl Ibargoyen logra ambas cosas con
veracidad total y, además, en su prosa no se puede dejar de advertir y sentir
el peso de la palabra que significa, por
supuesto, que nuestro narrador es un gran poeta. Un rasgo característico
de su prosa (algo que también ha
mencionado Hugo Giovanetti Viola) es su tendencia hacia visiones escatológicas
y muy lejos del tipo de edificaciones
“estetizantes”. Ibargoyen nos confronta en su poesía hacia observar la necia
oligofrenia del mundo y la obscenidad del ser humano cuando éste se comporta como perro. Y, si esto es así,
Saúl no lo sabe de oídas: a su obra han de agregarse sus denuncias sobre los
abusos de tortura en su país de origen y
de México… Pues… ¿la verdad qué esperaban?
Lo primero que salta a la vista
al leer al Ibargoyen narrador es su construcción maestra de un slang violento
en la urdimbre del texto y entre el habla de los personajes, que no es un slang
propiamente extraído de la calle o de los barrios bajos de las zonas urbanas de
un país como México, pero que (y he ahí una de sus genialidades en cuanto a
innovación estilística) inmediatamente nos es identificable, es un slang que
Ibargoyen ha pulido en su expresión y en su decir y ese slang nos toca, se nos
acerca como un filo, es parte de nosotros aunque de él no tengamos la
experiencia real en estricto sentido, es un logro de poeta: esa vivencia del slang puesto al servicio de
la literatura es la mejor arma del Saúl narrador en El Torturador que sacó de las quintaesencias del lenguaje violento
de “un país que está a medio camino entre Uruguay y México” pero que
definitivamente es parte de nuestra historia. Seríamos necios si no nos
reconociéramos en ésta nueva novela suya, que apuesto, está todavía por verse
su impacto en las letras mexicanas.
El
Torturador narra, y tiene como personaje central a
Escipión Carrasco, alias “el Machito”, alias el agente SSS007, quien terminará
torturándolo todo, inclusive así mismo. Es “un hijo sin madre” identificable,
no hay registro alguno de quién fue su progenitora en ningún lado; existió su
padre, quien fue su primer torturador y en un enfrentamiento, pero
amoroso, el padre muere; después y por
medio de ese slang recorriendo toda la narración, se irá conformando la
historia y saldrán toda una caterva de personajes: “los juanes”, el Coronel
Dunviro, el Presidente del Estado Mesoriental, etcétera.
Saúl Ibargoyen es de los
maestros que gustan recordar siempre la importancia del primer poema reconocido
a nivel mundial de la humanidad: Gilgamesh,
(en La Escuela de Escritores de la SOGEM donde me dio clase en el año 2000 ya
lo hacía con vehemencia) poema que como se sabe, es un recorrido onírico y un
viaje al mundo de los muertos que hacen Gilgamesh y su amigo Enkidú para
encontrar el secreto de la inmortalidad. Según una entrevista que dio a
Alejandra Silva Lomelí de El Sol de
México, en donde la periodista arroja la pregunta desde el título mismo de
su trabajo: “El Torturador: ¿novela polifónica?”
Pregunta Silva Lomelí:
El
personaje principal de tu novela, Escipión Carrasco, es un incompleto de sí
mismo, según tu misma definición. Carece de todo, incluso de una identidad
inicial. Él tiene que forjarla solo, y en gran parte lo hace a través de sus
sueños, que son catárticos y reveladores. ¿Nos puedes hablar sobre lo onírico
en tu novela? ¿Cómo forman la personalidad de Escipión?
Saúl Ibargoyen responde:
“Los sueños son viejo asunto en
todas las culturas. Basta recordar el Poema de Gilgamesh. En cuanto a Escipión,
ese ámbito pesadillesco que lo acosa tiene origen, sin duda, en las más que
penosas experiencias de vida. En él hay un torturador activo hacia los otros y
uno físicamente pasivo hacia sí mismo. Esas pesadillas, producto de lo
cotidiano y de la ausencia materna, a más de las carencias de la pobreza,
generan más pesadillas que, de algún modo, se trasladan a la brutal vigilia que
el personaje habita. Su propia imaginación puede ser interpretada como un mal
sueño permanente. Escipión, en parte, es resultado de esos revoltijos
oníricos...”
Todos sabemos de la maestría
polifónica en las novelas de Milan Kundera, pero éste asunto no va por ahí. El
discurso narrativo de El Torturador
sería novela polifónica al estilo de esas mezclas de habla más bien, de La Habana
en Tres
Tristes Tigres de Guillermo Cabrera Infante, que también parten de
“revoltijos” oníricos nocturnos, pero es dolorosa la experiencia de leer El Torturador y, a pesar del aparente
paralelismo entre estas dos obras, la verdad es que son todo lo contrario, pues como el mismo narrador nos recuerda: “la
ficción también hiere”. La obra que hizo mundialmente célebre a Cabrera
Infante, no es sino una celebración de los ámbitos nocturnos de Cuba bajo el
régimen de Batista, pero la verdad es que El
Torturador es todo lo contrario o, más exactamente, es el otro lado
de la moneda de esa celebración, ya que, en el Estado Mesoriental donde se
desarrolla la novela, casi podemos ver, en la figura y el contexto de Escipión
Carrasco, toda la historia de impotencia, desgarramientos, caos y devastación
en nuestros países de América Latina en el siglo dos XX, cuando desde el poder,
“la voz, agria de hipocresía, proclama que lo primero es el orden”, según dice
uno de los poemas de protesta de Efraín Huerta.
Como lo sabemos todos los
escritores mexicanos, los editores de libros, de revistas y suplementos
culturales (toda publicación sobre las letras que se precie no puede nunca
estar fuera de estos debates, encuestas y cuestiones) y demás gente cercana a
los libros, en su número de abril de 2007 la revista NEXOS hizo una encuesta llamada “Las mejores novelas mexicanas de
los últimos 30 años”. Yo creo que en pocas décadas adelante se volverá a
convocar a ciertos votantes exclusivos para otra encuesta que seguramente
causará polémica y será llamada quizá: “Las mejores novelas mexicanas
en las primeras dos décadas del siglo XXI”. Ojo: en ese entonces ya Carlos
Fuentes, como figura y su gran conocimiento de los distintos Méxicos que somos,
significará otra cosa para todos nosotros. De hecho, Ibargoyen arriesga mucho
más que Fuentes en términos de novela política. La Voluntad y la Fortuna de Fuentes, por ejemplo, con todo y sus
552 páginas densas y espesas, palidece
ante el verdadero horror de El Torturador
y la maestría de su inquietante final in
crescendo. El Torturador va a
estar en esa lista que seguro vendrá y
quizá entre los diez primeros. Por su contundencia, su innovación estilística,
su ironía amarga de triunfo pírrico, las carcajadas de borrachera que provoca,
(¡no por otra cosa sino porque está escrita siempre desde el punto de vista del
narrador que no deja descansar a nadie: ni a los personajes ni al lector, todos
sufren y todos tenemos qué hacer catarsis ante El Torturador!) la solidez brillante de la historia en sí y por sí
misma, así debería de ser. A éstas alturas todos sabemos ya qué es lo mejor de
Jorge Volpi en su novelística (En busca
de Klingsor y el ensayo Leer la Mente), de Juan Villoro (sus
recopilaciones de ensayos y la novela El
Testigo), de Enrique Serna (El
Seductor de la Patria y El Dador de Silencios), de Gerardo de la Torre (Su
obra de cuentos y Ensayo General), de
Guillermo Samperio (La Antología que le publicó Alfaguara) etc...
Abro un libro de ensayos
críticos reciente de Geney Beltrán Félix (2009, publicado por la UNAM) cuyo
trabajo es notable y ha sido muy comentado en el periodismo escrito: El Sueño no es un Refugio sino un Arma y leo: “¿para quién se escribe? ¿No
es aterrador que el diálogo intelectual fuera del círculo literario sea casi
nulo? [...] ¿La literatura va a quedar relegada sólo al cubículo universitario
del doctor en letras? (pp. 75-76). El ya mencionado Cabrera Infante declaró en
el Prefacio a la cuarta edición de Así en
la Paz Como en la Guerra (1960) que un amigo suyo le había dicho: “cuando
un escritor tiene un público es hora de que comience a escribir para él”. No
concuerdo totalmente con las preguntas de Geney Beltrán. No creo que ni él
mismo las acepte. Pero reconozco que me obligan a meditar, a volver sobre
preguntas mías que ya creía resueltas y replantear la idea o, más bien, ese
conjunto de ideas, referidas claro, a
“la inmensa minoría” del público que tienen los libros y la literatura.
Una cosa sí es segura: El Torturador no es una novela hecha para escritores y
periodistas solamente; es para todo lector, toda lectora, porque ese espacio narrativo “a medio camino
entre Uruguay y México” del siglo pasado nos es dolorosamente próximo: Lomas
Taurinas, Chiapas, Acteal, Tlatelolco, Oaxaca, el cura pedófilo Marcial Maciel,
los filósofos marxistas Bolívar Echeverría y
Adolfo Sánchez Vásquez, los
jóvenes emos, el ejército en las calles y la tortura misma (Ibargoyen se
adelantó a Presunto Culpable, el
documental de moda) ¿No son todas esas cosas, acontecimientos, lugares,
nombres, repito (y la lista verdadera es más larga) no nos son definitivamente
próximos y nuestros? Son nombres, lugares y cosas que han surgido por la
tortura, por nuestra tortura.
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