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sábado, 8 de septiembre de 2007

Ho, belleza, ho terriblemente selvática belleza la de tu rostro perfecto, enmarcado en una de esas (según la palabra antigüa) cabellera tipo fuego rebelde y espasmódico. Esa belleza, te digo y te lo hablo así, vale tanto que es ese tipo de carne que uno mismo pierde al salir de una cantina, es lo que (y aquí hablo de mi propio pasado) me hizo recorrer el país por las carreteras buscándote como espejismo. A ti esa belleza te viene desde tan lejos como la sabiduría a los proverbios, ese plancton macerado en esos ojos grises tan llenos de alas, divinos, ho materia! Tú que todo lo tragas, que incluso algún día hasta al más corrupto de los políticos redimirás bajo los suelos, no sabes nada de lo que hablo. La gracia de esta ninfa, de ésta criatura alegre y cruel que me concede dos miserables segundos por teléfono, ya ha caído bajo mis garras, ya sabe algo de mi sensual lujuria. Ella diría, lo apuesto: “te ves todo tierno ahí escribiendo, todo chic y todo pretencioso, todo artista”. Ella conoce mis poemas, pero por los que le dediqué, estoy seguro que alguien me dejaría dar cátedra, me invitarían al púlpito, incluso, ¿quién carajos lo sabe? Se equivocaría de nuevo el gran jurado y me darían otro premio.

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