Tus pies iban al malecón,
en tus manos un cántaro,
en tu boca una canción.
Por mi ventana te miré,
como el sol por la tuya
al despertar.
Y así te fuiste:
sin prisa, sin retorno.
En tu cántaro se fue mi alma,
y en mi ventana tu rostro
se quedó a cantar
la canción de las olas;
y yo la escucho con eco entre tus brazos,
mientras vamos juntos rumbo al malecón.
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